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Breve historia de Puerto Madryn

Por Carlos Alberto Nacher

 

Antes, muchos años antes de que alguno de nosotros viera por primera vez estas playas, acá las cosas eran distintas.

Primero estaba el mar, lo cual es cierto porque si uno observa con atención todavía lo puede ver, aunque ahora cambió un poco de color, según dicen, está más oscuro. Además el mar antes estaba mucho más arriba que ahora, tapaba gran parte de la Patagonia (si uno anda con atención en la meseta puede observar restos de fósiles marinos entre las piedras y los arbustos), hasta que fue bajando, de a poco.

 Después vinieron los dinosaurios, lo cual no me parece nada errado ante los hallazgos de huesos fósiles, que cada vez aparecen más, algunos a flor de tierra, como el esqueleto de plesiosaurio que encontró la otra vez un conocido en una entrada casi secreta por un cañadón que da al mar, allá en el Golfo San Matías a unos 80km de Madryn. O también como la gran cantidad de huesos de variadas formas y tamaños y los gigantes dientes de tiburón que se pueden ver en el Museo Egidio Feruglio de Trelew. Y todo eso sin contar las toneladas de huesos que se llevaron varias expediciones paleontológicas norteamericanas que vinieron con alta tecnología y arrasaron con cuanto esqueleto aparecía por ahí. Hasta paletas de capón se llevaron.

Luego empezaron a aparecer tímidamente las primeras ballenas, los primitivos elefantes marinos, lobos de un solo pelo o de dos, pingüinos, guanacos, ñandúes, etc. Y las gaviotas. Estos bichos todavía están, pero en particular los ñandúes últimamente se andan escondiendo. Aunque las gaviotas siguen engordando.

Tiempo después, siguiendo la línea cronológica ascendente, no se sabe bien de qué manera pero la Patagonia se vio poblada por varias tribus aborígenes, desde Tierra del Fuego, donde estaban los llamados onas por el hombre blanco, y los yamanas, hasta Chubut y Río Negro con la tribu nómade tehuelche, los mapuches, que ocuparon toda la Patagonia, etc. Esto también es creíble porque hay evidencias claramente objetivas de que estos pobladores ancestrales anduvieron por acá, simplemente viendo la cantidad de puntas de flecha, de lanza, morteros, boleadoras y otros utensilios que juntó el dueño del museo que estaba en la Roca, enfrente del club Madryn, o viendo que varias calles se llaman Sayhueque, Chiquichán, Apeleg, Inacayal, en referencia a esos legendarios caciques. A esto debemos agregar la gran cantidad de descendientes mapuches que andan por la Patagonia actualmente. Y si uno sigue incrédulo, no puede negarse a la principal evidencia: la estatua del Indio en la curva homónima.

 Más adelante llegaron los galeses, con otros usos y costumbres pero con el mismo amor a la tierra que los indígenas, europeos rebeldes de los que se cuentan algunas pocas historias de pelea con los nativos pero muchísimas más de amistades.

Y así, entre camarucos y eistedvods, llegó don Roca y sus milicos a reventar indios, apoyados por algunos finos hacendados ingleses que compraron hasta los ventisqueros de Santa Cruz, hasta las cumbres blancas de la cordillera. Los estancieros gringos hacían collares con las orejas indígenas, los milicos se mamaban en las pulperías, don Roca organizaba fiestas danzantes con los ricachones, los galeses seguían en la suya y los indios se escapaban para cualquier lado.

Mientras en tierra hacían desaparecer a los onas y yamanas y despanzurraban tehuelches y míticos anarquistas españoles, en el mar, dado el poco éxito que tenía el avistaje de ballenas en aquella época, ya que ni anarquistas quedaban (habían rajado para la cordillera), y a falta de dinosaurios, algunos barcos primermundistas se dedicaron a cepillar ballenas hasta más no poder, las arponeaban ahí nomás, sin asco. Otros también cazaban lobos de mar literalmente a palos. Como evidencia de esto, se pueden ver las fotos que hay en el Museo de Ciencias Naturales de la casa de Agustín Pujol, hay unos tipos dañinos pegándoles palazos a los animales.

 En ese panorama de cambios y movimientos empezaron a llegar los primeros pobladores estables no galeses ni nativos, inmigrantes europeos bastante locos o soñadores, o muy aventureros como para venirse a este vacío en medio de la nada. Se instalaron muchos vascos aventureros y se pusieron a criar ovejas. Y muchos otros venidos de España e Italia llegaron a fundar nuestra ciudad, la misma que hoy es habitada por sus descendientes y otros tantos venidos de otras latitudes, miles y miles.

Después vinieron más, se instaló la fábrica de aluminio, y aparecieron familias de todos los puntos del país, vinieron maestras, médicos, basureros, arquitectos, mecánicos, se asfaltaron las calles, encontraron los dinosaurios muertos, las puntas de flecha, discutieron en contra y a favor de Roca, defendieron a los indios, se pelearon por la ecología, llegaron los turistas, salvaron a las ballenas, pidieron prestado, hicieron hoteles, cobraron entrada para ver a los lobos marinos sobrevivientes, prohibieron la entrada a la Isla de los Pájaros para que no pisaran huevos, bailaron en los boliches nuevos de lujo, instalaron una cantidad de bancos inesperada, hicieron más hoteles, alquilaron todo temporariamente, asfaltaron las calles, arreglaron los desagües, pidieron prestado, hicieron pozos en el asfalto, pusieron cajeros automáticos, no arreglaron los desagües del Barrio Patagonia, pusieron semáforos, alguno que otro pagó los préstamos, hasta llegar al momento actual de la evolución, en el que nos encontramos con esto.

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