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Las calles, escenario de las correrías infantiles y de los primeros enamoramientos adolescentes (generalmente no correspondidos, porque el objeto del deseo nunca se enteraba).

El medio de transporte favorito para nosotros, los jóvenes, era la bicicleta, que había que empujar con fuerza contra el viento, en primavera, y conducir por cuidado entre los charcos helados, en invierno. Había autos, claro, sobre todo después del 55, cuando se abrió la importación al sur del Paralelo 42º. Recuerdo el del director de la escuela 27 (la otra escuela, la del centro, hasta que se inauguró la 110 en Villa Padilla, en los confines del mundo conocido), un Ford A en el que alguna vez fui a conocer Puerto Pirámides (¿por qué ahora se llama "pirámide"?).


Sinceramente, no recuerdo qué calle era esta, pero por el ancho es evidente
que era una de las arterias importantes del pueblo. Si a alguien le sirve de
referencia, el edificio del fondo es el Hotel Siguero. Observen el detalle de
los postes de luz en el medio de la calle.

Esta foto es de mi papá, y como pueden ver, casi de la misma época.
El escenario es exactamente el mismo, pero un día de nevada.

La plaza, lugar obligado de paseo dominical y de celebración de
las fiestas patrias.

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