"Nacida
en Montevideo, Uruguay, el 2 de agosto de 1953.
Dedicada a la docencia artística oficial y privada
desde 1977, recibe en 1987 una beca de perfeccionamiento en
el Instituto Municipal de Cerámica de Sarandí,
Avellaneda, Provincia de Buenos Aires. Toma parte en innumerables
expo-siciones colectivas e individuales dentro y fuera del ámbito
provincial. En octubre de 1991, invitada por la Fundación
de la República, expone en su sede de la Capital Federal.
Ha recibido, entre otros, el Gran Premio de Honor del Salón
Nacional de Cerámica Artística S.C. de Bariloche
(1986), el Primer Premio del Salón Provincial de Artes
Visuales de Chubut, Sección Cerámica (1987) y
el Primer Premio del Salón Municipal de Puerto Madryn,
Sección Escultura (1992).
Se despide de Puerto Madryn con una muestra en el Salón
Luis James, en abril de 1993."
Llegué...
a Puerto Madryn en junio de 1975, como muchos argentinos y nativos
de países limítrofes, atraída por las oportunidades
laborales que se abrían con ALUAR. Antes de eso, no sólo
nunca antes Había estado en Patagonia - de cuya existencia
apenas sabía por Patoruzú -, tampoco sabía
que existía una ciudad cuyo nombre fuera Puerto Madryn.
Era invierno y sin embargo me sentí cautivada inmediatamente,
sentí que era un buen lugar para vivir, y lo fue para
mi durante los 18 años siguientes. Razones oersinales,
familioares y también económicas me obligaron
a dejar Madryn, a regañadientes, en 1993. Soy conciente
de que di y recibí intensamente durante esos años,
y estoy segura de que estas palabras no harán más
que reflejar un pequeñísima porción de
lo que significó esa etapa para mi.
Madryn era un remanso de quince mil habitantes cuando lo
conocí, estaba conmocionado por la instalación
de ALUAR y añoraba y añiraba su anterior tranquilidad,
aunque no podía imaginar que hubiera sido mayor aún.
La Avenida Roca terminaba en la Cantina El Náutico
y entre el pueblo y la planta había un gran descampado.
Desde la ventana del Hotel Yanco vi las salidas de sol más
impresionantes que recuerdo. Me puse la camiseta de Madryn
y no me saqué más -debajo de la celeste, la
llevo siempre.
En el primer lugar donde trabajé en algo relacionado
con la cerámica fue en el Centro Comunitario Quemú.
Para vivir hacía otras cosas, como vender electrodomésticos
o dar clases de inglés, pero mi verdadero deseo era
vivir del arte, lo cual es muy difícil en cualquier
lado. Yo tenía unos cuantos años de taller y
había dejado trunca la carrera de Cerámica en
Montevideo, así que me ofrecí para dar clases
hd honorem a los chiquilines del barrio. En esa época
no había una Dirección de Cultura Municipal
y sólo se contaba con la buena voluntad de personas
como Illid Williams, o Hugo Scagnetti, que donó un
viejo horno eléctrico.
Era 1977 cuando arrancamos...
y al año siguiente la Municipalidad me contrató
para seguir dando clases en el Quemú, ya oficialmente.
El entusiasmo de los chicos era conmovedor, yo no tenía
ninguna experiencia y los medios económicos del barrio
eran pocos, pero todo se solucionaba a fuerza de voluntad
y participación. Hicimos varias expo--siciones; una
de las primeras fue en el Hall Municipal, y recuerdo que me
impresionó que me dieran la llave para que cerrara
cuando nos fuéramos todos.
La actividad plástica era magra en el Puerto Madryn
de esos años. Sabía de un pintor que había
vivido y
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enseñado en la ciudad - Gonzalo Fernández - pero
ya se había ido a Comodoro Rivadavia, y estaba el taller
de Dogor, que era más bien de producción solamente.
También me hablaron de una ceramista chilena que supo
enseñar antes que yo, y de un alfarero que vivía
y trabajaba haciendo macetas con arcilla local en la entrada
del pueblo; más tarde conocí a su hijo. Los antecedentes
eran pocos y no había nadie allí que hiciera ese
trabajo, era cuestión de ponerse y aprender sobre la
marcha.
En algún momento de esos años, nos conocimos con
Jorge Saint Jean y Ana María Kuba. Ellos también
tenían inclinaciones artísticas y andaban buscando
cómo canalizarlas, así que decidimos trabajar
juntos. Lo primero que hicimos fue un telón de fondo
para la puesta en escena de una obra de teatro. No dio un trabajo
bárbaro porque era enorme u nuestros medios no eran muchos.
Usamos paños de arpillera añadidos. Después
lo pintamos con papel engrudado y lo pintamos. A la hora de
figurar en el programa, nos preguntaron cómo queríamos
hacerlo. Pensamos y lo decidimos: Grupo ARPACO, por arpillera,
papel y coraje.
Grupo ARPACO...
Trabajar juntos nos gustó, nos volvió a conectar
con el mundo del taller de arte, que cada uno había conocido
en su lugar natal, y eso nos dio pie para fundar nuestro propio
taller, que por supuesto llamamos ARPACO. Tenía su sede
en Mitre 815, glorioso lugar de Puerto Madryn que algún
día habría que homenajear, aunque más no
sea con un placa recordatoria.
Pronto pensamos en tener algunos alumnos para solventar los
gastos. Pusimos cartelitos y nos sentamos a esperar. Nunca me
voy a olvidar de las dos primeras personas que vinieron a anotarse
para el curso de cerámica: Me acuerdo que pensé:
que maravilla!, estas personas confían en que puedo enseñarles
algo...
Ahora
pienso el lugar donde dábamos clase y me parece imposible.
En invierno hacía un frío espantoso y en verano
un calor sofocante, pero el encanto del taller era irresistible!
Allí trabajamos hasta el 81' creo. Pronto nos dimos cuanta
de que ninguno tenía mucha experiencia docente, y empezamos
a hacernos preguntas que no tenían respuesta: cómo
ayudar a las personas a desarrollar su propia capacidad de crear?
ARPACO era un taller o una escuela? Qué lugar le damos
a la técnica en el proceso de aprendizaje?
Pedimos un S.O.S. en Buenos Aires y aparecieron dos personajes
que nos iban a dejar su impronta para siempre: Alicia Prego
y Roberto Spencer.
Por ARPACO también pasó Miguel Angel Guereña,
que venía de ves en cuando a dar unas clases y movilizar
el ambiente madrynense. Un día también llegó
un señor que hablaba muy rápido, me contó
que era de Trelew y quería conectarse con nosotros porque
los que trabajábamos en arte en la zona éramos
pocos y teníamos que estar juntos y conocernos; así
conocimos a Eduardo Gonzales Táboas, que era fotógrafo...
ARPACO cumplió una función muy importante, fue
un punto de unión, un germen. Después, por suerte,
se creó la Casa de la Cultura, y hubo muchos otros puntos
de reunión para la gente que tenía inquietudes,
no sólo dentro de la plástica. |