Tienen suerte, patagones. Se terminaron las vacaciones. Acá, en Europa. Lo que quiere decir que allá se termina el invierno. Se acabó el Mundial. Ya no festejamos más que salimos campeones de mundo. En Francia, desde luego. Mis hijos estaban enloquecidos con eso. Bueno, toda Francia estaba enloquecida con eso. Yo me consolé de la derrota de Argentina con el triunfo de Francia. El dia de la final fuimos con mi hija y un amigo de ella a festejar a la Corniche. La Costanera de acá. Adidas se pagó un enorme retrato de Zinedine Zidane en una curva. Zinedine Zidane le metió dos goles de cabeza a los brasileros -pero el retrato ya lo habían puesto antes. El segundo cabezazo fué también un túnel entre las piernas de Roberto Carlos. Y eso que todos decían que Roberto Carlos era un capo. Uno de los mejores defensores del mundo. A mi me parecía dudoso eso. Ya que es difícil ser cantante y buen jugador de futbol al mismo tiempo. Fíjense en Julio Iglesias: incluso si Zubizarreta es medio tronco, a nadie en España se le ocurriría ir a buscar a Julio Iglesias para ponerlo de arquero de la selección. Roberto Carlos canta desde hace mas tiempo que Julio Iglesias. Y a mi entender, mucho mejor. Por lo menos antes cantaba muy bien. Estoy hablando de la época en que eramos jóvenes, Roberto Carlos y yo. Y Julio Iglesias. Asi que debe ser viejísimo para jugar al fútbol. Poner un jugador de cincuenta anyos en la selección brasilera fué un error mayúsculo. Ya hace como dos o tres mundiales que Pelé no pretende jugar más en la selección. Incluso Maradona se quedó bastante tranquilo esta vez. Y eso que ellos nunca cantaron. Hay que hacer comos hizo la Bruja: mandarlo a su hijo. La noche en que Francia ganó la Copa del Mundo estábamos pues con mi hija y su amigo ante el retrato gigante de Zinedine Zidane arrodillándonos y haciéndole reverencias mientras cantábamos "¡Zizú ajbar!" a la manera de los fieles musulmanes que dicen "¡Alá ajbar!". "Zizú" es el diminutivo de "Zinedine" en Marsellés. Los coches se paraban y había gente que se unía a nosotros en nuestra gimnasia de agradecimiento. De pronto tuve una sensación extraña de esas que uno experimenta ciertas veces en su vida. En este caso se trataba de la certeza que una época terminaba para mi. Que tenía que dejarles esas cosas a la nueva generación. Que aunque fuera a mí que se me había ocurrido hacer eso y no a los jóvenes, de ahora en adelante ése era problema de ellos. De toda la gente que habíamos cruzado en la calle desde que habíamos salido a festejar, yo era el mas viejo. Los pelos blancos que me salen en la barba no me hacen sonreir más. Mi frente llega casi hasta el medio del cráneo. Mis rodillas están herrumbradas desde hace rato. Mas vale que las ahorre para poder ir a bailar tango o a bucear en vez de gastarlas en reverencias supuestamente cómicas. Así que le dije a mi hija y a Pierre que si querían podían seguir festejando sin mí y me volví a casa silbando bajito. Un poco como si hubiera sido la Bruja Verón. El mundo sigue dando vueltas a pesar de nosotros. El verano continuaba en ese momento. Iba al mar al mediodía antes de comer. Estoy aquerenciando un cardúmen de sargos. No digo amaestrándolos: sólo trato de hacer que se acostumbren a mi presencia. Voy hasta unas rocas cerca del borde y rompo cholgas para que las coman. Tengo gran éxito. Me converti en el Palito Ortega de los sargos de enfrente de mi casa. Y en el Fondo Monetario Internacional de las cholgas. Si digo que no trato de amaestrar los sargos esos es porque tengo un recuerdo nefasto de mis últimas tentativas de amaestrar bichos. Ya amaestrando gente soy pésimo. Sin ir mas lejos basta con ver lo que son mis hijos: nada que ver conmigo. No como los Verón. Una vez traté de amaestrar una lechuza y tuve que largarla porque un año después de haberla adoptado y dado de comer todos los días seguía pensando que yo era su peor enemigo. Se llamaba Heliofanía Pánico de Wall Street. El nombre tan largo es porque era de familia noble. Descendía de una lechuza que había sido la mascota de la diosa Palas Atenea en Grecia antigüa. Pero quizás por eso resultó lechuza orejana. Indomable. Luego cuando vivía en la Reserva una vez alguien nos trajo un pigüinito. Este se llamaba mas corto, simplemente Capitán Cousteau. Tanto tiempo hace de esto, que el verdadero Cousteau todavía no había obtenido el grado de Commandant de la marina francesa. A Capitán Cousteau yo pensaba educarlo para que me sirviera de pingüino de rastreo. Quería amaestrarlo como quien amaestra un perro de caza, pero para la caza submarina. Contrariamente a la lechuza, Cousteau me tenía mucho apego. En realidad le tenía mucho apego a cualquier humano. Eso causó su pérdida: un turista lo embarcó en su auto. Adieu, Capitaine! Yo le daba de comer carne picada de parado,- él parado, yo podía ponerme como quería. Si uno le dajaba la carne en el piso Cousteau se iba a morir de hambre al lado de ella sin comerla. Esa rara forma de alimentarse hacía que le pidiera carne picada a cualquier humano que pasara. Espero que el turista que me lo afanó se haya avivado que no sabía comer del piso. Que no era un perro. Aún menos de caza. A mi me encantan los turistas, pero por culpa de ése la humanidad no sabrá nunca si los pingüinos pueden ser amaestrados para la caza submarina. Y todavía no encontré otro pinguino por acá. El verano continuó con su serie de documentales sobre la Patagonia en la televisión. A esta altura he visto mas tiempo a Juan Carlos López en la tele francesa que lo que lo vi en vivo y en directo en Argentina cuando a Madryn no llegaba la televisión. Salió un articulo muy bueno sobre la península Valdés en el diario "Libération" de París. Antonio Torrejón era citado en él. Pero no me acuerdo lo que decía. Me di cuenta de que la temporada estaba terminando la última vez que pasé delante del monumento a Zidane. Ibamos de tardecita con mi esposa, no a hacerle reverencias, sino un poco mas lejos, atrás de la Légion Etrangère a bailar tango. Los aficionados marselleses del tango se reúnen durante el verano, los martes a la noche en una esplanada al borde del mar que domina la bahía de Marsella. Se ven las luces de la ciudad, las islas iluminadas, en especial la del castillo de If, la de la novela "El conde de Montecristo". Es muy romántico eso. La estrellas, el mar, los barcos que pasan y las parejas que bailan a la luz del farol. Hay un cuarteto bastante bueno con un cantante autenticamente rosarino que se llama Manuel. Cuando no tocan ellos, pasan los clásicos del tango en la radio portátil. Somos los únicos argentinos, sin contar el cantor y una parejita que viene de vez en cuando. Pero los marselleses bailan macanudo. El martes pasado éramos tres parejas. Había un viento frío que barría la esplanada. Todas las luces estaban apagadas salvo la del Sol de noche. No pasaba ni un barco. Luna menguante. El sendero que va por la costa hasta el lugar tanguero, estaba tan oscuro que a cada paso que dábamos arriesgábamos una caída de cinco metros en las rocas del borde. El cuarteto no había venido. Los legionarios croatas estaban en sus cuartos probablemente mirando un documentario sobre la Patagonia en la tele en vez de tomar cerveza barata y junar a las tangueras, como de costumbre. Bailamos un par de tangos y nos volvimos. Son muy cortos los veranos de ahora. O a mi me quedan chicos. 30/8/1998 © 1998 MadrynCom
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