Noticias breves

 

I Como hermanos

Agazapado en el fondo de la casa planeando un posible trabajo, ventanas, vías de fuga, luminosidad. Sentí un ruido detrás mío y se apareció aquel tipo, como de mi edad, singularmente parecido a esta carita.

Usted quién es, increpó furioso.

Yo soy tu hermano, atiné a decir como un reflejo confuso, desdoblado.

Mi hermano, Raúl, mi hermano!

Me abrazó llorando, desesperado, enloquecido, imaginate: JUSTO A MI. Pasá, preparo café, no recuerdo qué dijo, y a la primera que tuve le di con todo en la nuca. BLAM!, cayó bañado en sangre. Entonces actué tranquilo, sin tanta necesidad de estudio.

Con el tiempo, los testimonios y alegatos, me enteré que le habían chupado un hermano en el proceso. Incluso, supe, pasó varias temporadas en un psiquiátrico, saturado de falopas. Creo que a pesar de los años nunca pudo superarlo; tema difícil, usted sabrá, esto del olvido.

Cómo llegué allí y dije lo que dije?, lo ignoro. Es la vida, no me lo va a negar, la que nos acerca casualidades dudosas: habrá querido Dios que el muerto tenga como última visión de su vida aquel anhelado regreso?, realmente creyó lo que dije o simuló para encanarme?

Por mi parte, jamás voy a saberlo, aunque dispongo de todo el tiempo para pensarlo, querido amigo, de este lado de la reja.

II Matías en una cena

En el momento de brindar por la patria recuperada, Matías se puso de pie y vomitó. No fue un vómito corriente: en línea recta, recorrió fácil metro y medio; contando trayectoria descendente, salpicó impune hasta la mesa contigua. Violáceo de vino, pestilente, con restitos sólidos de comida, el desperdicio era un hecho aunque todos lo disimilaran. Mi amigo se desplomó luego, el ruido de su cuerpo gelatinoso aplastando la fina vajilla enmudeció al salón. Nadie se atrevió a tocarlo (aquí debo incluirme).

En definitiva, la celebración continuó normalmente cuando algunos oportunos invitados, sin perder un ápice de compostura militar, cubrieron el desparramo con varios manteles oscuros y se miraron satisfechos.

III Colisión

Viejo andá más despacio; quién te corre, me querés decir?

Carajo, alguna vez choqué acaso?

No, pero siempre hay una primera; andá más despacio o me bajo y tomo un colectivo, te lo pido por favor.

Pongámoslo así: Enrique escuchó la sirena ondulante antes que su esposa, quizá porque en esos tiempos sonaban todo el día, a cualquier hora, y uno podía finalmente acostumbrarse; quizá porque la pobre Zulema desconocía las actividades políticas de su hijo, y la situación no le llegaba más que por un aumento de la carne en el almacén.

Vio al Falcon por el espejito, cuando intentaban pasarlo. Pensó con inédita frialdad - tanto cadáver que corre y corre sin camino... El Falcon se abrió a la izquierda y por un momento permaneció inmóvil, reflejado en sus retinas como diminutos espejos.

Más despacio viejo, será posible?

Zulema apagó un cigarrillo en el cenicero del Taunus - aun así quedaba algo de tabaco por arder... Uno de lo ocupantes del Falcon pareció gritar, gritar mientras Enrique daba el volantazo. Inventaría después cualquier excusa, para disimular que chocó con la íntima convicción de estar salvando una vida.

 

I El pintor

Desperté, confundido en aquella habitación sin ventanas. Intenté abrir la puerta, sentí náuseas, vomité en el piso.

Me dormí.

Un travesti furioso me sacó a empujones; la escalera estaba fría, geométrica; decidí bajar en silencio por temor a ser descubierto.

Salí, emboscado por el fuego de la mañana, y me recosté a la sombra de un pino seco para poder pensar. Sofocado, lamenté todo: vi llorar a mi madre, a mi padre agitar su canto sobre nosotros, incluso recordé aquel último cuadro, la paloma transfigurada en hombre, una pobre imagen de mi ser. Basta... basta! Seguí el pequeño sendero adornado con cactus buscando la calle; salté la alambrada, caí de cabeza al suelo y perdí el conocimiento. Z z z...

Muerto, todo se tradujo a una sencillez deliciosa, sentí ganas de vivir. Muerto, tan muerto como mis zapatos -pensé- no tengo nada que perder! Disfrutaba el cuerpo ultraliviano, la resaca había desaparecido; solo me atemorizaba padecer un encuentro con Dios.

Caminé varias horas, ciudad rutinaria, para detenerme a metros de mi taller; un hombre viejo, arrugado como cocodrilo, me llamó desde el otro lado de la calle. Era negro.

Hijo, por qué temes de mi?

Yo... por qué razón temería de usted? Sepa que no estoy vivo, ya nada puede lastimarme.

Oh, lastimarte... je, je... Que nada puede lastimarte; pero si... ja, ja... Oh, lastimarte.

Su mirada. Comencé a correr, aterrado; la sensación ambigua de agitación sin pulso enfrió mi cuerpo, que volvió a pesar. El solo hecho de escuchar nuevamente su voz me pareció irresistible, abrumador, imposible. Y ahí estaba El, por donde yo mirara: veía su cara en todas las caras; el taxista, la parejita esperando el colectivo, tu perro hurgando basura, el cartel de coca-cola... era enfermizo.

Detuve la marcha exhausto, dejando caer mi ser... dejé que el viejo me tome en sus brazos, me lleve al cielo, me arroje por el inodoro nuevamente a la tierra y me grite a la cara:

No perteneces aquí, a este privilegio. Además, me gustan esos cuadros que pintas, esos que sólo los vivos pueden realizar.

II La obra

Con un viejo amigo en el bar, conversando y fumando plácidamente. Llegaron unos conocidos y se sentaron; eran mayores que nosotros y más descuidados, más cerca de la desesperación. Luego apareció una parejita: él tendría veinticinco, era una mugre, un despropósito, nada; a ella la había conocido unos años antes, cuando era bonita... ahora estaba sucia, embarazada, drogada. Tuve la extraña sensación de ser completamente distinto a todos ellos, de ser un observador invisible y poderoso.

El mugre habló y habló. Pretendía contarnos acerca de unos cuadros que estaba pintando: caótico, arte caótico, arte... repetía como un necio. Dijo que vendería algunos, que debía hacerlo porque hay una Histo-oria que va a nace-er. Cuando terminaron los tragos nos fuimos sin despedirnos. Le dije a Matías que pintar cuadros es demasiado arduo, que la mayoría pinta simples espejos. Contestó que era una buena frase, que la escriba.

Así lo hice.

III La existencia

Batiendo el aire que le sirve de sustento, la paloma circula por los espacios de la plaza. En ocasiones se acerca a un hombre, parece mirarlo y compadecerlo por su triste condición de quieto. Se burla y apura un movimiento, desaparece. El hombre nunca la verá de nuevo (verá palomas) aunque se pose cerca de él un rato después, como tampoco podrá experimentar jamás la existencia del ave. Solo padeciendo la muerte se aproximará a ese sentimiento, pero sus pares lo entenderán llamándolo suicida.

 

La paloma se ha sorprendido como nunca hoy, porque el hombre antes quieto ahora se le compara, y por un momento cruzaron miradas en el aire. La paloma sentirá más pena todavía, el hombre no sentirá nada.

 

 

I Diccionario

Dijo ante mi:

Basta ya del antiguo orden, ha sido subvertido! Ahora las palabras fluyen en mi con naturalidad, liberadas de la antigua jerarquía y su régimen opresivo. A dejó de ser la primera y Z la última; pero eso poco importa en estos gloriosos momentos de cambio. Mi manifiesto libertario expresa sin equívocos...

Bueno, bueno... - lo interrumpí amablemente, con tono didáctico- en lo que a mi concierne, usted sigue siendo un mero diccionario. Las palabras están allí, cada una con el significado que la tradición le ha dado, y eso no cambiará jamás. Sus gritos me hacen gracia, su revolución no es más que una broma liviana, grotesca... usted mismo es un personaje ridículo.

Prolongado silencio. El diccionario cerró sus tapas de cuero violentamente; interpreté tal acto como una rabieta y lo tomé para burlarme de él y agigantar su indignación; quería divertirme y olvidar por un momento tanto trabajo dormido en el escritorio. Con sorpresa recorrí las numerosas páginas, que estaban vacías; pensé en una muerte blanca, irrevocable, en el desgraciado suicidio del libro. No entendí más de lo que ustedes han leído, y compré otro esa misma mañana.

II Reportero

Cubriendo una conferencia de prensa del secretario general del Sindicato de Personajes de Relatos Ficcionales (SINPREF), Héctor Losano, me crucé con Bradbury; parecía agotado. Le señalé el bar y levantó un displicente pulgar; cinco minutos después tomé mi lugar junto a él - grabador encendido en mi bolsillo.

Pedía dos cervezas a los gritos; estruendos de vivas y aplausos acompasados que inundaban la sala de conferencias lo desgastaron aun más. No me miraba.

Tú sabes, el denso rollo de la realidad, que esto, que aquello, que supera la ficción... y ahora esta estúpida huelga inventada por un insensato; no sé qué diablos voy a hacer, los editores me tratan como idiota, creen que vivo en un terco mundo de fantasía... pero no te quejas verdad? Todo esto debe resultarte gracioso.

Tomé un sorbo, aunque nunca me gustó la cerveza mejicana.

Oye, oye... la prensa también ha tenido sus problemas, desde las censuras del año...

El viejo golpeó su botella enfurecido, algunos alzaron la vista.

Mierda, MIERDA!, al menos trabajas, no es así?

Lo dejé gritando, profeta desquiciado, y volví a la conferencia. Losano no era gran cosa: otro lector de Gramsci bebedor de coca-cola.

Subí a mi coche con patente de "reportero" y paré la bola un segundo; tenía buena mercancía en mis manos con la crónica de la huelga, los gritos reivindicadores de Losano, y en recuadro especial declaraciones exclusivas de mi viejo amigo Ray. Salí directamente a la redacción, había mucho que hacer.

III Escritor

Los momentos previos son hermosos, no puedo quejarme del fascinante ritual de la preparación: café fuerte, música tenue, la soledad de la noche en mi habitación, difusas ideas que esperan concretarse. Luego, el crujir de la silla, el bloc de papel impecable, notas tomadas anteriormente (viajando en colectivo, asistiendo a una clase, bebiendo en el bar) dispuestas sobre la mesa, la vieja Smith Corona que mi bisabuelo usaba para asentar los pedidos en el almacén; todo tranquilo, hasta el momento de iniciar el trabajo.

Entonces lo de siempre, la angustia me invade como la descomposición a los cuerpos muertos, porque siento su presencia destructiva cada vez más cerca, su pesado aliento sobre mi hombro, acechante, despiadado. Es irremediable, va a apoderarse de todo, mis manos usurpadas encontrarán rítmicamente las teclas. Por favor, poco consuelo me queda: levanten la mano derecha y juren, por compasión, que detendrán (estoy agradecido) la lectura justo aquí aq í