La salvación de 

L i j t m a e r   

 


por Luis Manuel Claps - 1998

 

Finalista en el Certamen Nacional Para Jóvenes Narradores Haroldo Conti, La Plata, 1998


 

Lo que voy a contarle sucedió hace varios años, en Puerto Madryn, mi ciudad natal. Me desempeñaba como periodista de segundo nivel en el diario local, y era todavía lo suficientemente joven como para albergar esperanzas, perspectivas de progreso, por llamarlas de algún modo. Redactaba aburridas crónicas para acercarme a la literatura y sus fantasías, placeres tan deseados... pero qué poco quedaba al final del día!, cuan vacío me sentía encajonado en el escritorio de mi jefe, bajo sus barbas sudorosas y correcciones de estilo! El tiempo pasó y mis poemas borroneados, tirados por el suelo, decoraban las cuatro paredes oscuras del futuro. Di cuenta de ciertas cosas acerca de mi mismo pero era tarde, los años cayeron sobre mi como a ese que espera el tren y lo pierde una y otra vez, distraído en fingidas pequeñeces para hacer agradable la espera. Pronto apareció el alcohol en mi vida (quizá siempre estuvo, oculto por ahí, y esperó paciente una invitación a sentarse), y abrazados para no tropezar, él y yo, caminamos frías noches y padecimos las mañanas, secas de golpe, en la redacción. Borracho, creía poseer el fuego que alimenta la voz del poeta, su sensibilidad, pero me ahogué en burdas representaciones, frígidas palabras que el cuaderno de apuntes denunciaba. Sabrá disculpar que lo entere de tales miserias, pero si voy a relatarle lo que sucedió quiero ser cabalmente entendido. Oh!, tenemos tiempo, no se preocupe, creo que el próximo parte a las diez.

Tragaba basura informativa doble turno, como loco; luego pasaba por casa un rato y más tarde salía a los bares, bebía todo lo posible, terminaba perdiendo el sentido, mojado de baba y engaños que orinaba por doquier. Había pocos sitios para frecuentar, de modo que no tardé en hacer de mis excesos un espectáculo repetido que los parroquianos celebraban; creo que les hacía el favor de extender un poco el límite de lo socialmente aceptado. Finalmente, se cansaron del loco-lindo e hicieron de mi un enfermo irrecuperable. Nada mejor pudo suceder, sabe: abandoné el peso muerto de esas estúpidas amistades casuales y dediqué todo a desdibujarme, incluso perdí el empleo en el diario, después de un escándalo en que tomó pronta intervención la policía (el día que yo mismo fui la crónica tediosa!). No mucho, vea, para tocar con la lengua el final, pocos pasos y el abismo. Pero, la vida me ha enseñado que las cosas no son lineales como parecen: hay quiebres, cruces, arrugas... cómo?, tenía veintiocho años.

Recuerdo poco de la noche en que obtuve la tarjeta. Había un grupo de muchachos en el bar, todavía veo esas caras felices, resplandecientes; escucho la música de la felicidad sonando en sus gargantas, y yo, amigo, que desde tan lejos me acerco para preguntar si tienen drogas, qué? no, viejo... los afortunados no usamos drogas, estás hablando en serio?, qué te pasa...? Todo eso que prometen, puro engaño!, esto es lo que te hace falta hermano. Una simple tarjeta: Liga de Afortunados - 43563. Al día siguiente, sentado en la cocina con el cuadrado de cartón en la mano, pregunté a nadie qué hacía eso en el bolsillo interior de la campera; llamar y anotar la dirección, todo se fue dando ordenadamente, como una novela que empieza a perfilarse en la mesa de trabajo.

En aquellos años, uno podía recorrer la ciudad entera a pie, sabe? Yo tenía fijado un recorrido para bajar al centro, el más corto posible. Era bueno saber que uno no va por ahí como todos, uno tenía su camino bien estudiado, je, je... perdone. La casa estaba abandonada, descuidada, allí donde la Patagonia abre sus ojos y las distancias comienzan a parecernos cifras ridículas, de futuros no alcanzados. Casi inmediatamente al golpe de la puerta se apareció un viejito, pase joven, pase... viene por la prueba?, adelante muchacho. Traté de decirle que me confundía con otro, que obtuve la dirección y pasaba por allí... Ya veo, entonces deberá esperar por el señor Smith, espere aquí, tome asiento, tranquilícese hombre!. Me dejó en una habitación casi a oscuras, lo que parecía ser la oficina de este Smith; sonoros pasos lo anunciaron, era terriblemente obeso. Finalmente llegué... uf! hace demasiado calor, no le parece? Soy el doctor Smith Corona, encantado. Le pido disculpas por la espera y la precariedad de nuestras instalaciones; como sabrá aun somos una organización ilegal y debemos adecuarnos, ser discretos. Confieso que me puse nervioso, todo el asunto parecía un despropósito, irreal como tantas otras cosas. Quise retirarme pero el gordo me contuvo... aguarde, aguarde que no voy a comerlo! Dígame cómo consiguió nuestra dirección, sea lo más preciso posible. Muy bien, le conté lo sucedido en el bar: las personas que actuaban como si estuvieran felices, esa sensación de que no eran del pueblo, incluso de este mundo, me acerqué para preguntar si... tenían drogas, ya nos ha pasado... correcto. Luego la tarjeta y un extraño impulso, algo intuitivo, me trajo hasta aquí. Mire... Losán... mire Losán, lo que usted vio en aquel bar son sujetos realmente felices que han realizado la prueba de Lijtmaer. Qué demonios es eso? Está todo aquí, en este libro. Léalo, proyéctelo a usted mismo y vuelva si lo cree conveniente; de otro modo, continúe con su vida miserable y olvide el asunto. Me entregó este librito, mire, todavía lo conservo. He destacado algunos pasajes, prefiero que los lea usted mismo.

"El procedimiento es sencillo: tomar un revólver, llenar el cargador dejando alternadamente una recámara vacía, girar el aparejo a la manera de la ruleta rusa, y apretar el gatillo contra la frente. Hay, claro está, dos resultados posibles: perder la vida o superar la experiencia."

"De la confrontación extrema con la muerte, sólo puede resultar un hombre profundamente renovado, libre. Es la hermosa intuición de que una fuerza oculta en nuestro mismo ser ha decretado la continuidad de existir, renacimiento producto de la fe, trascendental eventualidad de seguir vivos."

"Toda angustia desaparece: vida y muerte abandonan su forma antitética, perversa. Luego, una y otra mutan hacia entidades simétricas en cuyo centro el espíritu de un hombre, y su destino, encuentran la paz del equilibrio, la salvación."

"En el estado actual de la humanidad se impone la urgencia de un cambio profundo y totalizador, atendiendo a la supervivencia de las generaciones futuras." "No es necesario que todos realicen la prueba: unos pocos afortunados, organizados en ligas, servirán de guía a los incrédulos y a los cobardes." 

Lo noto impresionado; imagine el efecto de estos textos en un muchacho como yo, desorientado y vencido por las circunstancias, dolido contra el mundo y solitario. No costó mucho hacerme la idea de que la prueba cambiaría mi vida, me parecía una teoría enteramente lógica, una posibilidad, borrón y cuenta nueva, que le dicen. Así es que con nuevos aires, iluminado por no se qué satisfacción que nacía de allí mismo, de mi ser, tomé la decisión de formar parte. Fue sencillo también desestimar la posibilidad de morir, pero de todos modos, creí que no sería un mal final después de todo: el hombre debe tomar drásticos caminos sin vacilar, la duda nos acorrala y detiene el tiempo, tic-tac, el fluir de las acciones. Además daría justificación a mi vida, un principio explicativo, no sé si me entiende... habría una razón para continuar, creer. Entonces volví, era media tarde y como normalmente ocurre, no llovía. 

Oh!, pero si es usted otra vez... viene por la prueba?. El anciano pareció estar esperándome. Si, por la prueba buen hombre, por la prueba. Me condujo por un oscuro pasillo con techos de humedad, su largo pelo encanecido se movía a los costados de la cabeza, acompañaba el ritmo del cuerpo al caminar. En el cuartucho había varias sillas dispuestas en círculo, un gran armario ocupaba el rincón más alejado. De a ratos se escuchaban pasos, órdenes que supuse serían de Smith. Hombres y mujeres de diversa edad fueron entrando y sentados en silencio, las miradas cerradas, parecía que meditaban cosas divinas. Finalmente llegó Smith secándose el sudor con un pañuelo, vistiendo impecable traje gris, disculpándose por las demoras y todo eso. Lo aburro...? bien, continúo. Entonces... ah, si: nuestro anfitrión habló. Todos han leído la doctrina, la han estudiado y comprendido. Me llena de alegría por ustedes, como también me hace feliz haber logrado este grupo, no fue nada fácil. Algunos continuarán en otro mundo o en ninguno, los que sigan aquí integrarán la Liga de Afortunados, serán hermanos y jamás perderán contacto. Es tiempo de tomar la vida con nuestras propias manos... Entonces se levantó con raros movimientos y distribuyó armas y balas entre nosotros; todos supimos qué hacer. Una última cosa: quién no esté enteramente convencido, mejor retírese. Luego aguardó en silencio, pensé que estaba teatralizando un poco la cosa. Bien, adelante... El gatillo demandó a mi dedo una resistencia que consideré excesiva, en tanto nunca antes había empuñado un arma. Una vez escuché que el número de Afortunados tiende a igualarse con el de miserables. 

A partir de allí, descubrí con los meses siguientes una compleja organización, en parte fruto de la elaboración teórica de Lijtmaer (lo intuyo oculto en la fachada indigente del anciano pelilargo), en parte de la habilidad práctica de Smith, su discípulo. La estructura de la Liga era horizontal: cada grupo coordinaba sus propias actividades, manejaba recursos con relativa autonomía. Era una hermandad que envolvía con agradable calor; se daban matrimonios entre afortunados, todos comenzaban a formar parte de una gran familia de contención, unidos por vínculos fraternales tendidos más allá de lo cotidiano, inquebrantables. Vivir dentro del grupo transmitía tranquilidad, completa armonía, una especie de utopía sabe... Pero la línea flaquea otra vez, se pierde no en el horizonte, porque la Liga empezó a crecer sin control, como una mancha de aceite en el agua. Hombres y mujeres de todo el país se presentaban reclamando milagros, hechizos; gente de cualquier condición social, muchos de ellos inadaptados, homosexuales, débiles que morían como moscas. Entonces las pruebas degeneraron en experiencias individuales: se realizaba ante un Tribunal Examinador, compuesto por tres afortunados mayores, que serían tutores del iniciado. Así se obtenía la credencial, un nombre, el goce de los beneficios que se brindaban; fundamentalmente amor, exaltación del espíritu, renovación intelectual. Estos hombres nuevos, como Smith gustaba llamarlos, ganaron importantes cargos en el Estado Nacional y en empresas privadas. Se notaba en ellos algo distinto, muchas veces no eran brillantes pero siempre laboriosos, pujantes, estimulantes. Cuando la Liga se dio a conocer ya sin tapujos, fue poco lo que pudieron hacer para desarticularla. Los grupos de Detractores, encabezados por la Iglesia Católica, por defensores de la patria, se lanzaron en feroz campaña destructiva y represiva, pero sus exclamaciones públicas no hicieron más que difundir la doctrina de Lijtmaer e inundar con ella un sediento y resquebrajado ámbito social. La Liga se instaló en varias ciudades y provincias; llegó a constituir un verdadero Estado paralelo al que usted y yo conocemos, organizada en municipios, gobernaciones, y esos intrincados aparatos burocráticos. Los superiores del Comité General, se decía, habían realizado la prueba siete veces. Entonces sobrevino lo que se conoció como Asimilación: la Liga se tragó al Estado lentamente, derribó a sus opositores con fuerza y dinámica inagotables. Los Detractores fueron relegados a la marginalidad, excluidos, condenados al estigma de la cobardía y el escepticismo. La Liga Mundial de Afortunados existe como organismo institucionalizado a partir del año... si, el mundo pertenece a la doctrina, no le quepa duda amigo. Se consideró su advenimiento como el segundo aluvión Renacentista de la historia humana, una grandiosa transformación cultural y social. 

Si, tiene usted razón, soy incorregible... Cómo es posible que usted, hasta la fecha, nunca escuchó hablar de la Liga, siendo esta un fenómeno global? No se preocupe, otra vez esos viejos impulsos literarios que me llevan a transformar las cosas, a dilatarlas. La verdad es que fallecí aquella tarde, la bala si salió, fue una horrible detonación que todavía aturde mi ánimo. Compréndame: solo mato el tiempo con tipos como usted, imagino posibles continuaciones, desenlaces distintos... no queda otra cosa que hacer por aquí. Ahora disculpe, estoy obligado aunque me lo prohibieron, intentaré tomar el próximo tren.

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